El sendero local S.L.-TE-18 es una ruta de trazado circular que parte de la calle San Cristóbal de Mazaleón. A través de los 6 kilómetros que tiene de recorrido a pie, podemos conocer dos antiguas culturas que habitaron en estas tierras (íberos y altomedievales) y que dejaron su testimonio en el mundo funerario.
A un kilómetro y medio aproximadamente, tras pasar por la falda de la ermita y yacimiento (íbero)de San Cristóbal, podemos conocer 5 túmulos que pertenecen a la necrópolis del poblado íbero de San Cristóbal. Se trata de unos monumentos funerarios de las primeras fases de la cultura ibérica (ss. VII-VI a.C.) que consisten en una cista o caja hecha con grandes piedras en las que se depositaba la urna con las cenizas del cadáver acompañadas por el ajuar. Todo ello se cubría con piedras y tierra.
Continuamos por el camino, y tras caminar un kilómetro y medio nos encontramos con la necrópolis altomedieval del ‘Clot de la Avena’. Está compuesta por una veintena de tumbas excavadas en la roca, de las cuales podemos visitar 10 que están repartidas en dos áreas diferentes separadas por la Vall de la Avena. Esta necrópolis pertenece a los inicios de la Edad Media, un periodo poco conocido en la comarca y que nos ha dejado pocos testimonios.
En ambos casos, estos monumentos fueron hechos para perdurar en el tiempo buscando ubicaciones en lugares de gran visibilidad, convirtiéndose en marcadores del territorio.
Las Tumbas Altomedievales:
La huella de los campesinos que habitaron estas tierras durante la etapa hispano-visigoda (siglos VI-IX d. C.) puede seguirse a través de sus tumbas, ya que son grupos familiares que tienen una economía autárquica (autosuficiente), basada en la actividad agraria, que viven en pequeños núcleos de habitación que apenas han dejado rastro, junto a los cuales se ubican siempre sus propios cementerios excavados en la roca.
En los dos bancos de areniscas que flanquean el barranco del Clot se ubican una veintena de tumbas distribuidas en varias agrupaciones familiares, cerca de la intersección del valle del Matarraña y la desembocadura de la Vall de la Avena, área que durante la alta Edad Media e incluso en época romana ya estaría cultivada. De ellas únicamente son visitables 10.
Según Julian Ortega, El Clot del Vall de la Avena es un ejemplo paradigmático de los cementerios altomedievales desperdigados por la región del Ebro. Las sepulturas, excavadas en la roca, se agrupan en pequeños grupos de tumbas parentales en lo alto de las lomas desde donde marcan el dominio de los cultivos del entorno. Así, convierten las tumbas de sus ancestros en una herramienta para marcar la propiedad de la tierra, lo que explicaría el coste relativo de tallar la roca en contraste con la apertura de una fosa en tierra.
Parece probable que su presencia pueda ponerse en relación algún asentamiento altomedieval vinculado con antiguos regadíos, quizás de origen romano, siguiendo un modelo de ocupación del territorio en esta época que ya se ha documentado en otras zonas del Valle Medio del Ebro. Vallespí cita la existencia de un despoblado en la partida del Clot.
La excavación llevada a cabo en estas tumbas rupestres dio como resultado el hallazgo de al menos 2 individuos, junto con un pequeño fragmento de cerámica gris hispano-visigoda (siglos VI-IX d. C.). En algunas tumbas del valle del Ebro fechadas en el siglo VI – VII se han hallado fragmentos de jarrita de estas cerámicas reductoras como único ajuar.
Túmulos de San Cristóbal:
En la ruta podemos visitar 5 túmulos distribuidos en una agrupación de 2 y otra de 3 túmulos separados por un centenar de metros, bajo el Tossal de l´Àguila, y que forman parte de la necrópolis del poblado ibérico de San Cristóbal que se sitúa a escasos 900 metros de ellos, y que está integrada por un total de 20 túmulos.
Los túmulos son monumentos funerarios de las primeras fases de la cultura ibérica (ss. VII-VI a. C.) que constan de una estructura circular turriforme llamada anillo en el que se abre una cista o caja hecha con grandes losas de piedra en las que se depositaba la urna con las cenizas del cadáver y un ajuar. Tanto la monumentalidad de la tumba, como los lugares elegidos, de gran visibilidad, hacen pensar que estas tumbas fueron hechas para perdurar en el tiempo, eternizando el recuerdo del personaje enterrado. Y que no todos los miembros de la comunidad eran enterrados en túmulos. Este es el caso de la necrópolis del poblado ibérico de San Cristóbal, que se distribuye por varias elevaciones sobre el río Matarraña.
Tres de estos túmulos se han consolidado, de manera que se pueden observar todos los elementos que lo componen: la cista, que conserva al lado de su apertura la losa de cubierta; el anillo, compuesto por varias hiladas de piedra; y el relleno de tierra y piedras entre la pared circular del anillo y la cista. Se puede observar la apariencia turriforme o de tambor que tendrían estos monumentos.